En los medios de comunicación
PABLO LINDE/ ÁLVARO RUIZ Madrid
Quienes entienden sobre ahogamientos suelen compararlos con los accidentes de tráfico: son desgracias evitables, pero que dejan cada año cientos de muertos y miles de heridos. A diferencia de los siniestros en carretera, no hay ningún organismo oficial semejante a la DGT que los fiscalice, los recuente ni trate de prevenirlos. Lo que se sabe es que medio millar de personas fallecen cada año en playas, piscinas, ríos y pantanos. Son recuentos extraoficiales de instituciones u organizaciones no gubernamentales, que abogan por una mayor implicación de las administraciones para lo que consideran un problema de salud pública.
La Real Federación Española de Salvamento y Socorrismo (RFESS) hace un cómputo que sitúa el último trimestre —mayo, junio y julio— como el más mortal en los 10 años que lleva publicando su Informe Nacional de Ahogamientos: 209 fallecimientos. Solo en julio murieron 92 personas y se cuentan al menos 303 en lo que va de año.
El escenario más habitual son las playas, el 82% de las víctimas son hombres, y el rango mayoritario de edad supera los 65 años. La diferencia entre sexos se explica porque los hombres son más propensos a involucrarse en situaciones de riesgo, y la edad por la mayor vulnerabilidad de los mayores y por las patologías previas que, en combinación con el agua, pueden ser mortales: un infarto, un mareo o una subida de tensión.
Nadie que se meta en el agua está exento de riesgo. Pero Roberto Barcala, catedrático en Ciencias del Deporte en la Universidad de Vigo y experto en socorrismo, asegura que hay otras dos grandes categorías —además de los mayores— donde se encuadran la gran mayoría de las víctimas mortales: jóvenes que cometen imprudencias y niños sin supervisión. La Asociación Nacional de Seguridad Infantil (ANSI) lleva desde 2017 contando a través de noticias de prensa los fallecimientos de menores. En lo que va de 2025 y a falta de medio verano, suman 32 (cuatro la semana pasada), prácticamente la cifra de los años completos de mayor siniestralidad.
"Los niños pequeños de uno o dos años normalmente se ahogan en piscinas. Muchas veces de las pequeñas, las que se compran en cualquier superficie comercial", explica Barcala. "Se ahogan en silencio, en las horas centrales del día, entre las tres y las seis, por falta de supervisión paterna", añade.
La única medida eficaz para evitarlo, no solo en niños de tan corta edad, sino también en los que son mayores, es no permitir que se bañen solos, dice Ángeles Miranda, vicepresidenta de ANSI. Por un lado, evitando la posibilidad de que accedan al agua por sí mismos controlando las puertas y con cercas alrededor de las piscinas, que no son obligatorias. Por otro, metiéndose siempre en el agua con ellos. "No hay otra medida de prevención. Nosotros proponemos la figura del guardián del agua, un adulto que esté siempre con los niños, con una gorra o una camiseta diferente, y que sepan que sin esa persona no se pueden bañar. Con el tráfico hemos interiorizado que alguien no puede beber para conducir. En el caso de los ahogamientos sería lo mismo", razona.
Jóvenes y adolescentes se ahogan, en palabras de Barcala, por imprudencia o desconocimiento: "Omitir una bandera roja, consumir alcohol y bañarse, lanzarse desde un lugar que no está habilitado o a gran altura, nadar y verse envuelto en una corriente de retorno y no saber volver. Estos, normalmente, se ahogan en espacios naturales, fuera de los horarios de los socorristas o donde no los hay".
En un artículo llamado El legado de los vigilantes de la playa. Ahogamiento a gritos y otras atrocidades, Barcala explica que estas muertes no son como aparecen en la ficción. Normalmente son silenciosas. "Lo cierto es que durante el proceso de ahogamiento nadie alza la voz, porque es sutil, silencioso y dura poco tiempo, como media unos 90 segundos, que en términos de actividad cotidiana equivale a una llamada telefónica breve, a cepillarse los dientes, a calentar la comida en el microondas o a ver un par de historias en alguna red social". En la publicación incide también en que por cada fallecimiento hay entre tres y cinco personas que no mueren, pero que tienen que ser atendidas en urgencias y que en ocasiones quedan con secuelas graves.
Luis Miguel Pascual, director de investigación en ahogamientos de la Escuela Segoviana de Salvamento y Socorrismo, también compara los ahogamientos con los accidentes de tráfico, en cuanto a que ambos fenómenos "son multifactoriales". Por ello, llama a extremar todas las precauciones y a ser muy conscientes de los factores de riesgo: la edad, la habilidad como nadador o el grado de vigilancia de cada playa. "Nuestra percepción del riesgo en el tráfico ha cambiado de manera brutal", manifiesta, pero en ahogamientos "seguimos en el Seat 600".
Miguel Ángel Sánchez Arrocha, de la Unidad de Emergencias de Cruz Roja, enumera los factores que influyen en los ahogamientos: "Las propias características de playa: las mareas, corrientes, zonas de acceso, vientos, si hay cobertura con el móvil… Las entidades y empresas que las vigilan, empezando por los propios ayuntamientos, que tienen que velar porque el ocio esté cubierto con salvamento. Y, lo más importante, la propia población. La mayoría de los accidentes se producen por actitudes poco responsables".
Los consultados piden más campañas informativas, al estilo de las que hace la DGT, que (con muchas otras medidas asociadas), contribuyeron a reducir las muertes en carretera desde más de 6.000 anuales, en los ochenta, hasta las 1.154 de 2024. También formación en los colegios, como sucede con la educación vial.
La asociación Canarias 1.500 kilómetros de costa lleva 10 años investigando las causas de los ahogamientos, concienciando a personas de todas las edades sobre los peligros de los entornos acuáticos y lanzando campañas de prevención. Su presidente, Sebastián Quintana, explica que los fallecimientos por ahogamiento "son muertes silenciadas", porque un ahogado "ni rompe nada ni altera los escenarios", por lo que "es más difícil crear concienciación". Para Quintana, los malos datos de accidentes en el agua se deben, por un lado, a una falta de legislación, campañas nacionales y coordinación institucional en prevención y, por otro, a imprudencias.
Para reducir los accidentes acuáticos, Quintana llama a "evitar el pánico en corrientes de retorno", a mantener la vigilancia en los niños en todo momento, especialmente en las piscinas, y a cooperar con las instituciones para llevar a cabo campañas de prevención y concienciación. "La información es el mejor flotador", sintetiza.
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